Ha sido la cara de México en la arena internacional por casi cinco años y con frecuencia la voz en las discusiones con líderes mundiales, incluidos algunos con temperamento voluble, como el expresidente Donald Trump
Por Christopher Sherman,E. Eduardo Castillo/The Independent
Ha sido la cara de México en la arena internacional por casi cinco años y con frecuencia la voz en las discusiones con líderes mundiales, incluidos algunos con temperamento voluble, como el expresidente estadounidense Donald Trump.
Ahora, el canciller Marcelo Ebrard apuesta a que sus credenciales en la escena mundial —y su pasado como alcalde y político progresista— le abran las puertas para que el partido oficialista vea en él a su candidato a presidente en 2024.
El político de 63 años está en medio de una carrera a tres bandas con otros miembros del círculo del presidente Andrés Manuel López Obrador, incluida la alcaldesa de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López.
Morena, el partido que López Obrador fundó como vehículo para competir la última vez por la presidencia, es una extensión del popular mandatario, por lo que sus palabras, acciones e incluso su lenguaje corporal es seguido de cerca en busca de cualquier signo de quién es su favorito.
Hay voces que dicen que Sheinbaum es la favorita del presidente, pero Ebrard no lo ve así. “Encuentro muy lógico que Claudia y su equipo a todo el mundo le digan ‘soy la favorita’, porque ni modo que el presidente diga ‘No, no, no es la favorita’. Es como si yo te digo ‘Soy el favorito, ayer me dijo’”.
Entre los obstáculos que Ebrard debe superar está la percepción de que no necesariamente conecta con la base del partido, al menos no como lo hace el carismático López Obrador. También pesan las críticas que le hacen responsable como canciller de que el gobierno de Estados Unidos haya supuestamente impuesto su política migratoria y delegado en México el trabajo sucio.
Ebrard ha respondido con videos desenfadados de TikTok que buscan una conexión con la gente y, particularmente, con los votantes. En uno, se fue a comer tacos en un puesto callejero con su esposa vestido con un traje de diseñador y en otro, convierte un tropiezo en un movimiento de baile reproducido en bucle con una canción de Bad Bunny de fondo. Recientemente, además, publicó una autobiografía que enmarca como una victoria diplomática sus negociaciones migratorias con la administración Trump porque México evitó las amenazas estadounidenses de imponer un arancel general.
En una entrevista con The Associated Press, Ebrard se describió a sí mismo como un “progresista” que será fiel a los principales programas sociales de López Obrador si llega a ocupar su puesto.
“Yo soy un progresista, porque mi objetivo es la igualdad; pero soy una gente demócrata, o sea, estoy en favor de las libertades”, defendió Ebrard, quien aspira a ganar la nominación del partido gobernante a finales del año.
En un gobierno que insiste en ayudar a los pobres como prioridad —alrededor del 40% de los mexicanos viven en pobreza—, Ebrard ambiciona no sólo reducir la pobreza, sino hacer crecer la clase media. Quiere “una sociedad donde la desigualdad se vaya reduciendo” y considera que la clase media podría ser a futuro la mayoría de la población.
Según expertos, Ebrard tiene más apoyo de ese estrato social que los otros contendientes principales, pero el factor decisivo podría estar en la base del partido, los votantes más fieles a López Obrador. El aspirante a presidente considera “absurdo” que se piense que no es cercano a esas bases.
“Eso es un argumento político”, desdeñó y añadió que si no tuviera posibilidades de lograr ese respaldo, “¿por qué estoy compitiendo en las encuestas?”.
Por ahora, Ebrard aparece en algunas muestras de opinión en segundo lugar, detrás de Sheinbaum, la alcaldesa capitalina.
Ya conoce el sabor del segundo puesto: a finales de 2011, Ebrard perdió ante López Obrador en un sondeo para ser el candidato presidencial de la izquierda en las elecciones del siguiente año. Antes de eso, el hoy canciller se desempeñó en varios cargos con López Obrador cuando éste fue alcalde de la capital y luego, en 2006, él mismo se convirtió en jefe de la ciudad.
Si bien ha recibido la etiqueta de moderado, Ebrard recuerda que durante su gestión como alcalde de la ciudad se despenalizó el aborto en las primeras 12 semanas del embarazo y se avaló el matrimonio civil entre personas del mismo sexo en Ciudad de México.
“En el matrimonio igualitario, yo soy el radical”, dijo.
Sin embargo, hay dudas de hasta qué punto sus logros como diplomático principal de un presidente que se ha enfocado en lo nacional le ayudarán y estarán presentes en la mente de los votantes que elegirán al candidato oficialista y, más adelante, al sucesor de López Obrador.
Ebrard encabezó los esfuerzos de México para obtener las vacunas contra el COVID-19 y se acercó a los laboratorios mientras impulsaba iniciativas multilaterales para ayudar a los países en desarrollo. Sin embargo, fueron los gobernantes locales, como el de Sheinbaum, quienes estuvieron presentes cuando la gente era inmunizada.
“El mexicano no se interesa en la política exterior más que cuando tiene que ver con Estados Unidos y va a impactar en el precio del dólar”, resumió Ana Vanessa Cárdenas, internacionalista mexicana de la Universidad Finis Terrae de Chile.
Ebrard ha sondeado también el tema de la violencia en el país, que es el principal problema de los mexicanos según diversas encuestas, pero ha concentrado sus esfuerzos —hasta ahora de manera infructuosa— en demandar a los fabricantes de armas de Estados Unidos, a los que responsabiliza por las armas ilegales que entran en México y terminan en manos de los poderosos cárteles de las drogas.
Y al igual que López Obrador, Ebrard dice que como presidente se apoyaría en la Guardia Nacional —bajo el control de los militares— para proteger a las comunidades. Sin embargo, organizaciones nacionales e internacionales han dicho por años a las autoridades mexicanas que las fuerzas armadas no están para realizar labores de seguridad pública y que debería fortalecerse la capacidad policial.
Con Ebrard como canciller, México negoció con éxito un nuevo marco comercial con Estados Unidos y Canadá, que reemplazó el anterior Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El nuevo acuerdo y la búsqueda de inversiones son fundamentales para su meta de que México crezca más del 2% cada año si es elegido presidente en los comicios de junio del 2024.
La cercanía de México con Estados Unidos es su mayor ventaja a medida que el mundo emerge de las interrupciones en la cadena de suministro causadas por la pandemia de COVID-19, planteó Ebrard. Las fábricas y plantas de ensamblaje ya están comenzando a mudarse de China a México para estar más cerca del mercado estadounidense, dijo.
“Yo veo un proceso muy grande de relocalización (de inversiones)”, insistió. “Es una gran oportunidad para México de trabajar junto con las empresas, particularmente de Estados Unidos, y estoy seguro (de) que podemos tener éxito en eso”.
Aún está por verse cómo su trabajo de canciller podrá ayudarlo en sus aspiraciones presidenciales. Por ahora, la frontera compartida con los Estados Unidos le ha generado algunos de sus mayores desafíos como canciller.
Poco después de que López Obrador asumiera como presidente a finales de 2018, el gobierno de Trump implementó el programa “Permanecer en México”, que obligaba a los solicitantes de asilo a esperar en territorio mexicano a que se resolvieran sus peticiones. Los migrantes se concentraron en las ciudades fronterizas del norte, varias con fuerte presencia del crimen organizado, y fueron víctimas de secuestros interminables.
En mayo de 2019, Trump amenazó con imponer aranceles a todas las importaciones mexicanas si el gobierno de México no frenaba el flujo de migrantes hacia la frontera con Estados Unidos.
Ebrard voló de inmediato a Washington, evitó el castigo arancelario y también lo que, a su juicio, era el verdadero objetivo de la administración Trump: un acuerdo de “tercer país seguro”. Bajo tal convenio, cualquier solicitante de asilo que cruzara México primero tendría que solicitar asilo aquí, en lugar de en Estados Unidos.
Lo que hizo México fue desplegar su recién creada Guardia Nacional como estrategia para contener el flujo migratorio desde el sur del país, lejos de la frontera con Estados Unidos.
La cantidad de migrantes interceptados en el cruce con Estados Unidos bajó en el corto plazo, pero el gobierno de López Obrador recibió duras críticas de quienes veían esa maniobra como una manera de hacerle el trabajo a su vecino del norte.
“Estados Unidos fue el que ganó la batalla” sobre la política migratoria, consideró Silvia Núñez García, especialista en la relación bilateral e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México. Tras la amenaza de los aranceles, añadió, “vino toda esta decisión de parte de México de aceptar y gestionar estos flujos de migrantes irregulares dentro de nuestro territorio”.
Ebrard recalcó que la decisión de Estados Unidos de devolver a los solicitantes de asilo a México bajo una regla de salud durante el COVID-19, conocida como Título 42 y que expirará el 11 de mayo, fue una medida unilateral que el gobierno mexicano nunca aprobó.
Eso dejó a México con dos opciones: deportar a los retornados a sus países o dejarlos entrar a México, explicó Ebrard a la AP. “Lo que hacemos normalmente es lo segundo. Además, Estados Unidos ya lo sabe”.
Con la llegada de Joe Biden, Estados Unidos eliminó el programa “Permanecer en México”, pero en febrero anunció que negaría de forma generalizada el asilo a los migrantes que lleguen directamente a su frontera sin haber tramitado previamente la solicitud desde otro país, lo que para algunos significa lo mismo que el tan criticado acuerdo de “tercer país seguro”.
“Marcelo, lamentablemente, no ha podido destacar en política exterior, y si no ha podido destacar en política exterior, que ha sido su cartera, bueno, pues yo creo que tiene un escenario que no le es muy favorable”, reflexiona Núñez, para quien el desinterés de López Obrador por asuntos de política exterior ha limitado el margen de maniobra del canciller.
Martha Bárcena, diplomática de carrera que fue embajadora de México en Estados Unidos durante los primeros dos años de la presidencia de López Obrador y los últimos dos de Trump, cree que ni el propio Ebrard ha tenido como prioridad la política exterior.
“Es un político y lo único que realmente ha soñado toda su vida es convertirse en presidente”, sostiene. “Hubo muchas áreas en las que pudo haber sido mucho más creativo y adelantado una agenda que estuviera aún más ligada a las prioridades del gobierno mexicano, que son combatir la pobreza, combatir la desigualdad”.
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