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Octubre de Historias y Leyendas: El Ático de la colonia Obrera

''Dijeron siempre en el barrio, aquí donde se conserva la historia oral de esta casa, que doña Hilaria fue la que trajo a los espíritus...''

Imagen ilustrativa

Por Froilán Meza Rivera

Dijeron siempre en el barrio, aquí donde se conserva la historia oral de esta casa, que doña Hilaria fue la que trajo los espíritus. Que la casona de altas paredes y que sobresale entre todas porque tiene un ático con buhardilla, no tenía, antes de que viniera aquí esa vieja, los fantasmas que la pueblan actualmente y que corren a cuanto inquilino pretende habitarla. Sépase que todos se van, tarde o temprano.

Doña Hilaria Campos venía al parecer del barrio de Santa Rita, donde había iniciado un negocio de maquilar ropa barata para un almacén del Centro. Vivía allá en una casa rentada, y al parecer su familia tuvo siempre la mala suerte de estarse cambiando de domicilio.

La señora y su familia consiguieron una casa muy espaciosa, situada en la actual calle 31, en la colonia Obrera. Era el año de 1927. En la parte de arriba de la casa había un excelente ático que, pensó Hilaria, le podría servir como bodega y como taller. Más tardó ella en idear esta disposición que en colocar ocho maquinas de coser.

Tenía la señora seis empleadas, pero ella misma y una hermana menor entraban igualmente al trabajo en sus respectivas máquinas, como dos obreras más.

Los primeros días y meses todo parecía que iba bien. El trabajo transcurría en aparente normalidad, hasta que empezaron todos a notar que doña Hilaria Campos llegaba al trabajo con la mirada perdida y el semblante demacrado.

“Acuérdate de que en el otro taller, la señora también desmejoró mucho, que decían que le habían puesto un embrujo”.

“Sí, y yo digo que estaba poseída por un espíritu maligno. Antes ahora aquí, en la casa nueva, ya le había vuelto la vida al rostro”.

“Pues ahorita se mira igual que endenantes, tú...”

Así murmuraban las costureras.

Por si fuera poco, al entrar la noche comenzaban a escucharse ruidos extraños, inexplicables pues a esas horas el taller se encontraba cerrado, y la única forma de acceder a él era entrando primero por la puerta principal de la casa, ¿y cómo introducirse sin tener que llamar primero? El ventanuco del altillo estaba demasiado alto, y el techo allá arriba era muy inclinado. Imposible resultaba para cualquiera meterse por ahí, porque además tenía la barrera de unas rejas metálicas.

Igualmente las ventanas de la casa, estaban protegidas por fuertes enrejados que se anclaban en la piedra.

Una mañana, al abrir el taller, los empleados y la señora Campos vieron que las máquinas estaban fuera de lugar, y sin que nadie dijera una palabra al respecto, las colocaron en sus lugares. Hicieron todos sus rutinas como de costumbre.

Esa misma noche se volvieron a escuchar aquellos ruidos extraños.

Eran rasguños en la madera, susurros, pasos y golpes como si alguien se aventara contra las paredes. Doña Hilaria subió las escaleras, dicen que iba tranquila, como si supiera exactamente lo que pasaba allá arriba.

Cerró la señora la puerta del ático. La casa se sumió en una tranquilidad inusual, antinatural, y según la criada, quien se quedaba a dormir de lunes a sábado, llegó entonces un frío extremo, inaguantable, a pesar de que en esos días el otoño era todavía cálido afuera.

Nadie supo nunca lo que pasó aquella noche, pero la mujer no bajó de ahí sino hasta el otro día. Bajó ella con su paso habitual, pero sus empleados notaron que paseaba la mirada de una cosa a la otra frente a ella, como escrutándolo todo y sin voltear a ver a nadie en especial. Ni siquiera respondía cuando uno de los miembros de su familia la llamaba.

El comportamiento de la mujer cambió radicalmente. Ya no atendía a sus obligaciones, se volvió maliciosa, viendo a cada persona como un enemigo. Entristeció y fue descuidando poco a poco sus contactos comerciales, hasta que perdió los contratos de confección de prendas.

Un día despidió doña Hilaria a sus empleados y en adelante pasaba horas y horas cosiendo hermosos vestidos que atesoraba.

Estaba todo tranquilo en casa, hasta que una noche los ruidos se volvieron a escuchar y, al día siguiente, las máquinas se encontraban nuevamente fuera de su lugar.

Fue entonces cuando la señora Campos tomó la decisión final de irse de esa casa.

Desde entonces y hasta la fecha, con la casa ahora remodelada, pero con el mismo ático y su ventanuco, hay fantasmas ahí, fantasmas agresivos que han llegado a empujar a las personas para que caigan de las escaleras. Nadie ha muerto, que se sepa, a consecuencia de los agresivos espectros, pero la casa nunca ha podido ser habitada durante estancias largas.

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